La primera entrada

Publicado: 05/07/2015 en Uncategorized

Pues aquí estoy de nuevo.

Un nuevo comienzo

Publicado: 05/07/2015 en Uncategorized

Y a ver que pasa.

En pelotas

Publicado: 21/05/2012 en Uncategorized
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Acabo de volver del país del surrealismo. Todo comienza esta mañana. Veo un libro que me interesa en Internet. Precio 10 euros. Descubro que la librería está justo debajo de mi casa. ¿Para que pedirlo y esperar si puedo bajar y empezarlo esta misma tarde? Me llego hasta la tienda y cuando voy a pagarlo descubro con sorpresa que cuesta casi el doble: 18 pavos. Se lo digo a la chica que atiende y me explica que esa oferta sólo es para Internet.

O sea que tengo que pedirlo y pagar gastos de envío para comprar algo que ya tengo entre mis manos. Hay que aclarar que la tienda no es una cadena, ni una franquicia, ni una multinacional… nada. Una tienda de barrio corriente y moliente, carita y subida de precio , pero tienda al fin y al labo. La venta por Internet es un servicio que dan y que, increíblemente, pena al que se molesta en ir hasta el establecimiento real. Se lo digo pero a ella le da igual. Apenas me escucha. Me marcho sin el libro, claro y dudo que vuelva a entrar en el establecimiento. No deja de ser surrealista que si me tomo la molestia de ir a por algo me cobran más que si espero en casa. Simplemente estúpido. Esa tienda pagará unos impuestos, luz, sueldo de la chica… debe ser que no le interesa tenerla abierta.

Vuelvo a casa, entro en la página y veo que, en gastos de envío, se van seis pavos. Ni de coña cobra Correos esa cantidad por un envío dentro de la misma ciudad… así que también obtienen negocio en esta forma de pago. Se supone que la página web debería ser un medio, una opción de hacer la compra para aquellos que no viven en esa ciudad, o no quieren ir hasta la tienda, nunca una forma de obtener más beneficios a costa del comprador.

Conclusión: ni de coña lo compraré. Obviamente dicho libro ha empezado a estar descatalogado y, a buen seguro, lo encontraré en alguna de las librerías que frecuento a precio de saldo y mucho más barato. Busco en internet para ver si ya se encuentra en alguna de ellas (tipo Book Center) descubro con sorpresa que puedo bajármelo (pirata y gratis) con hacer un simple clic… ¿Y ahora qué?

Los tiempos están cambiando pero hay algunos que aún no se han dado cuenta. Engañar y pegar el pelotazo rápidamente ya no cuela. Y no mimar al comprador, tampoco, porque cada día hay menos dinero para gastar y si, encima, no te tratan bien las posibilidades de supervivencia de muchos negocios serán mínimas. Pero yo no siento pena por ellos. Se están labrando su propio destino. ¿Dónde ha quedado esa máxima de que el cliente siempre tiene razón? ¿De cuidar al comprador? ¿De procurar que quede satisfecho para que vuelva? Muchos no se han dado cuenta de que los clientes son la base de su negocio.

Lo siento no sentiré pena por ellos cuando cierren el negocio. Empezando por la dependienta, a la que se la sudan mis requerimientos y que no es capaz de ver que si la tienda se hunde, ella se quedará sin trabajo… y terminando por el dueño, que sigue pensando que el consumidor es tonto y que tragará lo que sea. No lo bajaré pero habrá muchos que lo hagan y, la verdad, es que no puedo afearles la conducta. Se lo tendrían bien merecido.

A veces, en medio de esta crisis, dan ganas de mandar a hacer puñetas a la incompetencia, la indiferencia y el mal trato generalizado y tirar por la calle de enmedio…

Y sálvese quien pueda.

Música de cine (1): Roque Baños

Publicado: 18/05/2012 en cine
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Tendemos a pensar habitualmente que el cine es, esencialmente, imagen. Y nos equivocamos. En todas las ocasiones, las imágenes no son nada sin el sonido. El sonido da tridimensionalidad a lo que aparece en pantalla. Habitualmente les confiere sentido, sentimiento y verdad. No es que subraye, como dicen muchos, es que da color, da realidad.

Y, no sólo eso. En cuantas ocasiones, planos sosos, interpretaciones planas o historias vulgares, adquieren hondura gracias a una música colocada en el momento adecuado. La música en el cine ayuda a trasmitir una serie de sentimientos que la imagen, por sí sola, muchas veces no alcanza. Por eso, si una imagen vale más que mil palabras, una nota musical vale más que mil imágenes. Sobre todo porque no es “explicable” ni controlable. Te llega y punto.

Es por eso que, una vez a la semana, traeremos hasta este blog pequeñas piezas de grandes compositores. Me niego a llamarles músicos de cine. Creo que el adjetivo “de cine” sobra. Son compositores con mayúsculas. Tan clásicos como Mozart o Chopin, a los que nunca nadie llamó músicos “de cámara”.

Hay bandas sonoras que completan a la perfección las películas para las que fueron creadas, y son buenas. Hay otras que tienen tanta fuerza que, con el tiempo, nos es imposible recordar determinadas secuencias sin que escuchemos esa música. Esas son muy buenas. Pero hay otras que, separadas de la imagen para las que fueron creadas, tienen una solidez y rotundidad que las hacen caminar por sí mismas.  Y trascienden. Esas son las imprescindibles.

Hoy rompe el hielo, Roque Baños. ¿Por qué? Porque es muy bueno, porque cada nuevo trabajo es un paso adelante y porque, qué coño, es amigo mío. De los buenos. Además, en el plano profesional, es una delicia trabajar con él porque lo que no sabe mucha gente es que es un magnífico traductor. Que es fundamental en su trabajo. Me explico: aquellos que no sabemos diferenciar un Mi de un Do, Roque interpreta perfectamente lo que tenemos en la cabeza (después de que se lo transmitamos torpemente) y lo transforma en maravillosas composiciones que van mucho más allá de lo que imaginamos. Te da lo que tú quieres y lo multiplica por cien. No es un genio que vaya por libre. Es un genio que se convierte en ti.

Creo que es el mejor compositor español junto con Alberto Iglesias pero, a diferencia de éste, es mucho más versátil. Roque ha compuesto las bandas sonoras más importantes de los últimos quince años en el cine español y, además, de películas muy diferentes entre sí. Es capaz de atreverse con todas las comedias “torrentianas” de Santiago Segura, el universo enloquecido de Alex de la Iglesia, el terror de Balagueró, la guerra civil de Emilio Martínez Lázaro… hasta apoderarse del clasicismo de los últimos Sauras, pasando por historias de cine “indy” americano como “The machinist” (desde mi punto de vista, quizá su mejor trabajo).

Habitualmente desde algunos medios se le ha tachado de “muy americano”. El, que adquirió toda su formación en este país (estudió en el Berklee College of Music de Boston) nunca se ha defendido ante tal “acusación”. Quizá porque es como decirle a Supermán que es demasiado fuerte.

Os dejo aquí un ejemplo muy “americano”: La Comunidad (2001) de Alex de la Iglesia: juzgar vosotros mismos y paladearla como un buen vino.

P.D. Pinchad en el cartel y escucharéis la música.

El plano secuencia. Para no alargar con definiciones prolijas iré directo al grano: es una secuencia que se resuelve en un solo plano. No hay cortes. No hay montaje. Las páginas de guión que ocupa se ruedan de tirón. De principio a fin. Punto. Pero no es tan fácil hacerlo como decirlo.

Habitualmente la cámara se mueve buscando la acción y a los personajes, y en otros casos (los menos) permanece quieta y son los actores los que entran y salen de cuadro.

Un buen plano secuencia es un prodigio de la técnica y la coreografía entre los que están delante y detrás de la cámara. Los técnicos han de saber cómo y cuando mover la cámara según se desarrolla la acción, el ayudante de cámara ajustar perfectamente el foco allí dónde el personaje principal dice su texto, los actores entrar y salir del encuadre deteniéndose en marcas precisas en el suelo (sin que se note que las miran) para que el plano esté bien compuesto. Por otra parte, obviamente, han de decir sus frases con convicción,  y moverse por el decorado como si nada de todo esto estuviera previsto (y sin tropezar con los muebles, que diría Cary Grant).

La imposibilidad de cortar cuando algo sale mal, lleva a que un pequeño fallo en cualquier momento de la toma hace que haya que repetir desde el comienzo. Un actor que no se para donde debe (y por tanto no está a foco, queda fuera del cuadro o no “coge” la luz precisa), los maquinistas (que empujan la cámara por el travelling) no se detienen a tiempo y  el cámara no encuadra a tiempo de coger a todos los personajes, o simplemente la toma no queda con la fuerza necesaria que el director quiere, hace que haya que volver a rodarla. Y, la mayoría de las veces, un plano secuencia dura varios minutos.

Por otra parte, hay que tener un  sentido del ritmo cinematográfico muy importante ya que un plano secuencia no puede luego editarse, es decir, introducir dentro de él otros planos en montaje. Ha de colocarse en el metraje de la película tal y como ha sido rodado. Ni que decir tiene que los ensayos son fundamentales a la hora de enfrentarse a  este tipo de planos. No es cuestión de intentarlo una y otra vez con película en el chasis de la cámara (o el disco duro de las más modernas). De ahí el pulso que ha de tener un buen director para tenga el tono, la duración y el ritmo adecuado.

Y lo que es mejor: después de todas estas dificultades, de toda esa virgada técnica y artística, un buen plano secuencia no debe ser percibido como tal por el espectador. Ha de fluir. Ser invisible… Un buen plano secuencia contiene todos los planos dentro de él: desde un plano general a un primer plano, pasando por distintos planos medios y, sin embargo, no debe notarse que no hay cortes. Ahí su grandeza.

Son muchos y extensos los ejemplos en la historia del cine. En España el experto de este tipo de escenas era Luis García Berlanga: cualquiera de sus películas está llena de planos secuencia maravillosos. Cuando veáis una película del maestro valenciano, buscadlos: son su marca de fábrica.

Para finalizar, apuntar que este tipo de plano se utiliza también en muchas ocasiones para “unir” decorados, es decir, que los personajes y la cámara vayan atravesando diversos espacios para dar sensación de continuidad, de universo real, en el que ocurre la acción. En el cine actual y gracias a los procesos digitales, en muchas ocasiones nos encontramos con “falsos” planos secuencia. Me explico: se ruedan distintos planos, diversas tomas, incluso en decorados muy alejados entre sí y luego gracias a los efectos digitales estos se unen formando parte de lo que sería una toma única. Es un proceso complejo y laborioso pero los resultados a menudo son impactantes.

Os dejo aquí una muestra de ambos: el clásico, sin trampa ni cartón, “hecho a mano” y quizá el más famoso de la historia de cine. Es el que se suele dar como ejemplo en todos en todos los manuales de cine, son los títulos de crédito de Sed de Mal (1958) de Orson Welles. Fijaos como el primero comienza con un Primer plano y termina con un plano general. Además funciona también como secuencia de créditos (y puede ser aplicable todo lo que comentábamos sobre ellas en el post anterior:

El segundo ejemplo también ha aparecido por aquí. Lo he sacado de El secreto de sus ojos (2010) de Juan José Campanella. Está lleno de efectos digitales de esos “que no se notan” y que sirven para dar continuidad a la toma. Hace el recorrido inverso a la película de Welles: comienza con un gran plano general y termina con un primer plano del protagonista. Y tan magistral como el primero.

Seguid el recorrido de los personajes y de la cámara en ambos ejemplos y pensad en cómo han sido hechos. Os daréis cuenta de la dificultad que ha entrañado su rodaje a la vista de lo que os he contado. Qué perfecta coreografía de todos los que en ella intervienen delante y detrás de la cámara… Sin embargo, ambas fluyen y pasa desapercibido para cualquier espectador que es un solo plano. Por eso son tan buenos.

Disfrutadlos.

P.D. Si tenéis algún otro ejemplo que os haya llamado la atención, no os cortéis y pegadlo en los comentarios. Así todos podrán verlo.

SED DE MAL (1958)

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EL SECRETO DE SUS OJOS (2009)

A resultas del último post que tantas visitas recabó, creo que era de ley traer hasta esta sección una secuencia de cine español. Porque, como comenté, aunque no lo creamos se han hecho, y se hacen, muy buenas películas en nuestro país. Lamentablemente, a menudo es más noticia lo malo que lo bueno. Y destaca más un golfo que treinta hombres honrados.

El viaje a ninguna parte (1986), del maestro Fernando Fernán Gómez, es una joya insuperable que según va pasando el tiempo, lejos de envejecer, crece y adquiere más significados. Una obra maestra de nuestro cine… Hecha con subvenciones y, ojo al dato que decía áquel, fracasó estrepitosamente en el Festival de San Sebastián y casi no fue nadie a verla a las salas cuando se estrenó.

Es una película gris, ojo no en blanco y negro siempre dotado de grandeza y clasicismo, sino gris aún estar rodada en color. Se ambienta en tiempos  de una España gris de tristeza.  Gris de desolación. Gris de falta de esperanza…. Por eso es extrañamente actual. Porque sin tener nada que ver la prosperidad que, pese a todo, vivimos y que no pueda ser comparable a esa España de posguerra, la actitud de la gente, sus miradas, sus inquietudes vitales, no difieren mucho de las que veo a mi alrededor día a día.

La secuencia que hoy traigo hasta aquí en un parlamento, unas líneas bellísimas declamadas a la perfección por José Sacristán, en el que se dicen verdades como puños que yo mismo, y de manera torpe, exponía el otro día a mi manera: somos cómicos y vivimos del poco dinero que os sobra. Esa es la verdad última de nuestro trabajo. Cuando la vida aprieta, lo primero que uno suelta es el lastre del entretenimiento, de la diversión, de la risa, sin los que puede vivir… Y cuando os aprietan a vosotros, es cuando nosotros empezamos a ahogarnos.

Pese a que el glamour revista a algunos nombres, si quitáis todos esos oropeles, esos premios,  esos flashes… nuestra esencia es la misma que la de aquellos cómicos de la legua. Las cosas que nos mueven son las mismas. Y lo que nos sostiene es la gente, de las aldeas de entonces o de las grandes ciudades de ahora. Olvidarlo es empezar a morir.

Por eso El viaje a ninguna parte es un clásico, porque como decía mi maestro Juan Antonio Porto, clásico es aquello que permanece en el tiempo como si hubiera sido creado ayer… Analizad algunas de las frases que dice Sacristán y traedlas hasta nuestros días. Sobrecoge ver lo actuales que resultan… Sobre todo cuando se refiere de los políticos.

Gracias don Fernando.

Por haber existido.

¡A la mierda!

P.D. Un pequeño concurso: ¿Alguien reconoce a un famoso actor de nuestros días metido en la pielde uno de los mozos del pueblo cabreados en lo que debió de ser uno de sus primeros trabajos delante de la cámara? Hay premio para el ganador.

Tarde de domingo. El día de la madre. El día en que todo humano de bien se acuerda de su madre. El resto de los días del año es cuando nos acordamos de las de los demás menos de la nuestra. Estoy sensible. Hay que vacunarse así que me pongo Misión Imposible: Protocolo fantasma.

Nada mejor para no pensar que chutarnos una de terrorismo, destrucción y kaos con un grupo de guap@s salvando al mundo. Da gusto saber que mientras uno vaguea tirado en el sofá, un grupo de superhéroes vestidos de Armani le salvan a uno el culo haciendo cosas que yo no sabía ni que el ser humano era capaz de realizar. Es lo que tienen las misiones imposibles. Pero yo no estudié esa carrera. No debí de dar la nota… O la di demasiado.

Llaman por teléfono. Es un amigo con una noticia: cierran la Ciudad de la Luz.

Para aquellos no orientados, informarles de que no es el lugar donde viven las hadas, ni el sitio al que se dirigía la niña perdida de Poltergeist ni siquiera un barrio residencial para empleados de Unión Fenosa. Algo con tan poético nombre responde a algo tan terrenal como un macro complejo dedicado a la producción audiovisual  y situado en Alicante. Gigantescos platós dotados con todo tipo de adelantos tecnológicos, modernas salas de montaje, grandes avenidas para rodar exteriores… Vamos, que cuando lo pusieron en marcha, pensaban que Hollywood se echaría a temblar. Se auguraba que grandes producciones americanas y europeas se darían de leches  por venir a hacer sus películas al levante español, y que, después de coger número como en la carnicería, George Lucas, Spielberg, Scorsese y compañía abandonarían Los Angeles y se vendrían a comer paella con tinto de verano y de paso dejarían pingües beneficios para la Alicante, la comunidad autónoma valenciana y España. ¡Olé! Y mientras pensaban esto, muchos veían pasar grandes camiones llenos de leche para arriba y para abajo… Hoy, la Ciudad de la Luz se asemeja más a esos pueblos del Oeste donde llega el forastero y en la calle mayor observa como el viento se lleva uno de esos matojos secos que siempre se cruzan en cualquier villa fantasma de un western de Sergio Leone y donde no hay ni leche derramada porque esta vaca no dio nunca ni una gota.

Apuesto a que más de uno se ha echado a temblar. ¿Es que éste va a hablarnos de cine español? Sí. He decidido convertir vuestro día de la madre en el día de la madrastra. Y que cada vela aguante su palo.

Que la Ciudad de la luz cierre sus puertas no es significativo. Apenas se han rodado allí un puñado de producciones españolas (la mayoría de carácter local y otras preferentemente del productor Gerardo Herrero que tenía un contrato con ellos para llevarse allí sus películas a cambio de algún tipo de ventajas) Las extranjeras nunca representaron el maná esperado porque ningún productor europeo o americano repitió. Los motivos fueron múltiples: me cuentan los que allí estuvieron que la mala gestión de sus recursos, el afán permanente de sacarle beneficio a todo desde el primer minuto y, lo que es peor, el trato “poco cariñoso” a los profesionales que hasta allí se trasladaban. No se dieron cuenta de que la publicidad (la buena) que te hagan tus clientes es fundamental para que estos vuelvan, lo recomienden a sus amigos cineastas, la cosa crezca y el negocio, o negociete, funcione.

Y digo que no es significativo el cierre porque, simplemente, forma parte de la caída en barrena en la que ha entrado el audiovisual español (en general) y el cine patrio (en particular).

Sin entrar en los motivos que muchos aducen (su baja calidad, su desconexión con el publico, su reiteración en los temas de siempre, la baja taquilla…) que puede ser cierto, los motivos son mucho más simples.

El sistema de producción de nuestro cine no ha conseguido encontrar una fórmula adecuada para que se cree una industria. Punto. Y sin industria no se crean productos. Y sin productos no hay cantera de creadores. Y sin una fuente de creadores constante, todo depende de francotiradores y de que estos acierten con sus “tiros”. Convirtiéndose entonces el sistema en un círculo vicioso. Cuantos menos aciertos tienes, menos posibilidades hay de seguir acertando porque se va cerrando el círculo.

Muchos estarán contentos con la desaparición casi por completo de las subvenciones a nuestro cine, por cierto, muy inferiores a la de otros sectores menos productivos de la sociedad y que no se ven tanto.  Pero que no canten victoria los partidarios de esta nueva situación. Gran parte de esa “hincha”  a nuestros actores y directores proviene de la antipatía a los llamados Clan de la Zeja, estandarte y símbolo del cine español. Que no se engañen, ellos seguirán haciendo sus películas. Los Amodóvar, Fernando León, Isabel Coixet, Alex de la Iglesia y otros que representan a la parte más comprometida del mundillo, rodarán sus nuevas historias este año 2012. Y algunos de «la otra acera» como Jose Luis Garci y Antonio del Real, ya tienen nuevos proyectos a la vista. Si el PP pensaba que con las nuevas medidas y recortes, acabarían con el virus que suponen “los artistas” (así todos en un saco) se equivoca. El virus se ha hará resistente porque los grandes seguirán haciendo sus películas.

Lo que están consiguiendo con esta nueva política es cargarse la clase media y baja (en presupuestos y nombres, no en talento) del cine español. Miles de personas, técnicos y demás gente que no tiene cara, está perdiendo su trabajo porque, que nadie se engañe, no se vive de las producciones grandes sino de muchas pequeñas. Con esas medidas lo que propician es la desaparición de la “cantera”.  Esa de la que salieron cineastas que, guste o no, llevan mucho tiempo vendiendo sus películas en medio mundo. Quizá no notemos ahora de forma directa los efectos de esa política. Pero quizá en una generación, 15 años, lamentemos lo que ahora está sucediendo.

Quizá mucha gente piense que no les necesitemos. Que ya es hora de echarlos a todos a la calle. Que nuestro cine hoy no merece la pena. Pero, recapacitemos: cuando matas algo, no solo pierdes lo que tienes, sino la posibilidad de lo que podrías tener en el futuro. En este país se ha hecho muy buen cine (y pienso que todos los años sale un buen puñado de títulos), pero aceptemos pulpo como animal de compañía y digamos que todas las películas españolas de ahora son una mierda. Piensa que quizá ahora sólo se atraviesa una mala racha. Quizá los profesionales no seamos buenos. O seamos muy cortos. O muy vendidos. O muy… lo que quieras. Pero si ahora nos lo cargamos, se acabará también con lo que podría venir los próximos años.

Para aquellos que no se lo crean, baste recordar que el Siglo XVII convirtió en oro a nuestra literatura… A los genios como Quevedo, Cervantes, Góngora o Lope de Vega, les sucedió un XVIII para olvidar y del que apenas casi nadie recuerda un par de autores. Pero nuestras letras resurgieron con fuerza de forma que el XIX y XX se llenaron de obras maestras en novela, teatro y poesía. Hay añadas de vinos que no son buenas, y no por eso decidimos quemar las vides…

En esas está mi cabeza cuando Ethan Hunt consigue desactivar un misil nuclear dirigido por satélite y que iba a impactar en la costa de USA. El armatoste se convierte en una mierda más que cae al mar y que contribuirá a arruinar la flora y fauna abisal. Final feliz. Los humanos están a salvo. Los peces payaso quizá no. Pero ¿a quién le importa?  Solo sirven para dar colorido al fondo del mar.

Tom sonríe. Vale. Vaya misión más imposible de mierda. Cualquiera puede tirarse por un rascacielos de mil metros de altura en mitad de una tormenta de arena, decodificar un satélite espía, disparar a los malos con armas imposibles a la vez que le hace el amor a la chica. Cualquiera.

Ahora si tienes perendengues vente aquí y salva al Cine Español.

Que sí.

Que mañana.

Ya lo sabía yo.

Qué sabrán esos yankees de misiones imposibles…

Después del pequeño aperitivo del otro día, vamos a comenzar la sección por el principio. Que es por donde suelen empezar las películas…

Los títulos de crédito iniciales (Open credits) pueden ser todo o no ser nada. Me explico. En muchas ocasiones son sólo letras que aparecen al comienzo de una película, una sucesión de nombres que pertenecen a los tipos que han trabajado en la realización que veremos a continuación. La mayoría de las veces, sólo los cinéfilos o profesionales los leen “realmente”. Por eso, muchos directores, especialmente en nuestro país, se limitan a soltarlos, a dejarlos caer, en los planos iniciales. Colocarlos allí donde no molesten mucho y que pasen rápido…

Pero no siempre es así. Especialmente en el cine americano. De hecho, en muchas ocasiones estas secuencias ni siquiera son rodadas por el director de la película y se le encarga a un creador o una empresa cuyo trabajo reside, exclusivamente, en entregar una “minipelícula” que tiene su propia estructura, desarrollo y final. De esta forma, pueden verse de forma aislada y poseen su propio sentido.

Son famosos los créditos que creó Saul Baas para las películas de Hitchcock. ¿Quién no recuerda su magnífico trabajo en Vértigo? En España tenemos a Juan Gatti, un diseñador extraordinario en cuyo haber se encuentran las secuencias iniciales de La Comunidad de Alex de la Iglesia (de clara inspiración «baasiana») o Segunda Piel de Gerardo Vera.

En algunas ocasiones son pura perfección formal, con imágenes y música, a la manera de un aperitivo visual que prepara el paladar del espectador. Nos sitúa en una atmósfera. Nos prepara anímicamente. Nos coloca “el espíritu” para la historia que vamos a ver. Sin embargo, otra veces, estas secuencias se convierten en cortos que contienen la esencia, el mensaje, de esos cien minutos que vendrán tras ella.  Pueden ser visionadas de forma aislada y, a menudo, contienen su propia historia, independiente del resto de la narración.

Algunas son auténticas obras de arte, muy superiores en calidad incluso al resto del film. Hay muchas y muy buenas. Muy famosas. Muy analizadas y muy copiadas. Irán saliendo en este blog porque merecen ser rescatadas ya que, habitualmente, se recuerda la película pero no su secuencia de créditos. A veces son tan buenas que ni percibimos que llevaban “letras”.

La que hoy traigo hasta aquí es el comienzo de El señor de la guerra (2005). El guión cuenta la historia de un traficante de armas. Un tipo que, vestido de traje y corbata, compra y vende todo tipo de “cosas” que sirven para que la gente se mate. Ya hemos hablado de esta obra maestra en otra ocasión en este blog:   https://elblogdepedroluisbarbero.wordpress.com/2012/04/03/domingo-de-rambos/.

Pero hoy quiero destacar aquí su secuencia de títulos iniciales. Podríamos llamarle Historia de una bala ya que narra su nacimiento, vida y muerte de un pequeño proyectil. Curiosamente, pese a que la película trata sobre las armas, apenas vemos muertos durante las casi dos horas de su metraje. No se nos muestran los efectos que causan. Todo es negociación, dinero y persecuciones para escapar de los agentes internacionales. Pero el director, Andrew Niccol, antes de comenzar, nos quiere presentar a las protagonistas absolutas de la historia: las balas. ¿Por qué? Porque están ahí, se habla de ellas, pero apenas se las ve. Por eso nos enseña el lugar donde «ven la luz por primera vez».  Le da “normalidad” a su fabricación. Como siguen un proceso metódico y profesional como si de piezas de coche se tratara.

La fábrica de balas tiene algo de sobrecogedor, de dura frialdad. Los trabajadores son aburridos funcionarios que cumplirían su jornada laboral de la misma forma en una fábrica de Chettos. Probablemente se podría rodar de la misma forma (atención: es un “único” plano).

Pero, no nos dejemos engañar, una vez terminada la secuencia, se convierte en una llamada de atención al espectador. Un grito: “¡Eh! Recuerda que, pese a que esta historia te habla del gran tráfico de armas, del comercio de diamantes, de ingentes cantidades de dinero, de intereses de los gobiernos poderosos… Al final de esa bala que compran y venden, hay una persona… Porque ese es el motivo de su existencia: quitarle la vida a otro.

Me impactó la primera vez que la vi. Porque el segundo final nos hiela la sangre. Nos saca del ensueño de creer que es un negocio como otro cualquiera.

Un punto y final que cambia el sentido de todo. Que nos despierta con una bofetada.

Lo que viene detrás, el resto de la película, nos cuente lo que nos cuente, tendrá otra perspectiva porque en nuestro subconsciente se habrá quedado impresa una imagen que nos susurrará: “recuerda que al final de esta cadena hay vidas humanas…”

Que la disfrutéis.

Que la sufráis.

Que llegue a vuestra conciencia como un tiro.

Putas y Reyes

Publicado: 02/05/2012 en Uncategorized
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Lo bueno de ser un sociópata es que no te planteas tu comportamiento y que te importa un rábano la aceptación del mismo por parte de los que te rodean. Lo malo es que… bueno, yo no le veo el lado malo. Como a los Reyes. No les veo el lado malo… si eres rey, claro. O como a las putas: a las que no les veo el lado bueno… si eres puta, claro. Entre medias estamos todos los demás que, en determinados momentos de nuestra vida, somos reyes o putas según el día en que nos pillan. También hay príncipes y zorrillas pero eso es no saber disfrutar de la vida. Sólo los extremos tienen sabor y la moderación es para los mediocres.

Vivo permanentemente en el caos. Es mi estado natural. Y en él me siento a gusto. Supongo que nací sin ese gen que te ayuda a mirar más allá. A encontrar trascendencia en mis actos. A creer que todo forma parte de un plan preconcebido. Nunca encontré mi camino porque no creo que exista uno…

Creo en que la vida es una timba de póker. Así caemos en ella: rodeados de tahúres y tramposos. Te reparten unas cartas y con ellas has de jugar. Se es buen o mal jugador. Pero no elijes las que te tocan. Magníficas cartas en manos de botarates se echan a perder aunque sus cabezas estén coronadas. Y una mano de mierda, jugada con maestría, te lleva a la cima del mundo y una meretriz con buena maña deviene en aristócrata con ínfulas de mecenas.

Todo se trata de tener o no ese toque con el que todos nacemos pero que sólo en algunos es… especial. Mágico. El que dicen que dan los dioses y las diosas y que yo creo que reparte el diablo. Hay gente que planifica su vida como un guión de cine y le sale como una mala miniserie de televisión. Otros, con apenas tres líneas escriben un poema épico. Es el toque… Que yo no tengo. Todas estas cavilaciones para intentar explicar por qué un gripazo monumental  puede dejarme en la nada más absoluta a la hora de entregar mi artículo semanal… Porque sigo sin saber sobre lo que escribir. Es la fiebre. A mi lado Karen. Ella, sin decir nada, siempre tiene todas las respuestas…

Play al reproductor de nuestro disco duro.

Touch. Una nueva serie protagonizada por Kieffer Sutherland. El de 24.

Comienza con la voz de un niño:

“Las cosas que la mayoría de las personas ven como caos sólo siguen sutiles leyes de conducta. Galaxias, plantas, conchas de mar… Los patrones nunca mienten. Pero sólo algunos podemos ver como las piezas encajan.  Siete mil ochenta millones trescientas sesenta mil personas viven en este pequeño planeta. Esta es la historia de algunas de esas personas. Hay una antigua leyenda china sobre el hilo rojo del destino. Dice que los dioses han atado un hilo alrededor de nuestros tobillos y lo han unido a las personas cuya vida estamos destinados a tocar. Puede que este hilo se alargue o se enrede… pero nunca se romperá. Todo ha sido predeterminado por probabilidades matemáticas”.

Así comienza el capítulo piloto de una de las mejores series que he visto en los últimos años. Quien así habla es un niño autista que no dice una sola palabra y que no permite que nadie le toque. Es desasosegante.  Distintas historias, distintos personajes unidos por el destino, distintos caminos que van entrechocando para producir unos efectos que lejos de estar escritos, se van escribiendo según leyes matemáticas plagadas de números.

Es capaz de adivinar el futuro porque el futuro, realmente, no existe. Es sólo algo que llegará obligatoriamente a la luz de fórmulas matemáticas, como tras un dos, un signo más, otro dos y un igual, indefectiblemente, aparece el número cuatro… No es vidente. Es un genio matemático.

La suerte es sólo una fórmula matemática, las relaciones humanas nada más que química orgánica. Nuestro destino, simples leyes físicas. Así de simple. Así de grande. Así de magnífica.

Me jode y me fascina: saber que, en el fondo, sólo somos cifras bailando alrededor de signos aritméticos que construyen nuestras vidas. Es ficción pero me lo creo. Soy ateo pero mientas estoy enganchado a la historia, quiero creer que las cosas no pasan porque sí. Que todo forma parte de un plan. Ni bueno ni malo. Como no lo es el Teorema de Pitágoras o la Teoría de la relatividad. Que ese fino e invisible hilo que nos une a cada una de las personas que tienen influencia en nuestras vidas no se romperá jamás, que nos irá trayendo a aquellos que para bien o para mal serán parte del armazón de nuestras pequeñas historias vitales.

Touch es visualmente muy atractiva. Como un reality. Como un documental. Como pedazos de vida de un puzzle cuyas piezas, por separado no tienen sentido y que, todas todas juntas y bien encajadas, nos muestran una fotografía de infinitos colores.

La suma de individualidades que pasan por sus secuencias es desasosegante en muchos momentos. Tiene algo que me recuerda a la magnífica Crash de Paul Haggis. Ese ambiente dañino de soledad que inunda a cada uno de los personajes, esa incomunicación que arrebata a los seres humanos y que sólo puede ser decodificado por un niño que, curiosamente, no puede comunicarse con el mundo que le rodea más que por números. Hay algo de paradójico, de poéticamente maravilloso en que, quizás los que menos hablan, son los que más saben y comprenden todo lo que nos rodea.

Quizás es que todas las historias forman parte de la misma historia. Somos pinceladas de un cuadro que, solamente visto de lejos, es cuando adquiere sentido y belleza.

¿Y qué tiene que ver todo esto con Putas y Reyes? Nada. Absolutamente nada. Pero tiene su explicación. Una amiga que se dedica a esto de las redes sociales me contó que la gente pincha en los artículos en función del título de los mismos. Todos aquellos que tienen que ver con sexo, putas (desde siempre) y cabezas coronadas (en los días que corren) se llevan el gato al agua. Somos como peces a los que nos ponen el cebo y picamos el anzuelo. Y da igual lo que luego haya «dentro». Así que decidí hacer un experimento.
Esta mañana estaba decidido a escribir sobre Touch, una serie basada en las matemáticas… Magnífica. Pero difícil de vender. No había que ser muy listo para tender un fino hilo de acción-reacción y, como el chico protagonista, inferir lo que ocurriría a continuación: tendría menos entradas que nunca. Mi desquiciada cabeza se puso a dar vueltas y  concluí en que si anunciaba en el título del artículo que este iba sobre los dos temas fetiche, sexo y monarquía, las entradas de mi post del lunes, a buen seguro que subirían como la espuma. Eso, bien aderezado con fotos ad hoc que presupongan que en algún momento, el tema irá por los derroteros que el lector va buscando, haría el resto. Nadie mostraría el más mínimo interés por un post sobre un niño autista y supergenio de las matemáticas pero nos sentiremos atraídos como moscas por el morbo que supone ver relacionado a Juan Carlos I y una tía buena que cobra por chupársela.

El ser humano es así: no da para una derivada o una integral. Es simple. Es sólo una coma entre dos números en este planeta repleto de complicadísimas fórmulas matemáticas.

Espero que mi teoría se confirme y mañana bata el récord de entradas de este modesto blog.

Gracias por haber participado en este experimento científico.

Y ahora si me disculpan.

Tengo un servicio.

Karen llama.

Ella siempre tiene todas las respuestas.

Yo he decidido pasar de reinona a, directamente, puta.

También tengo mi Toque…

P.D. Las señoritas aparecidas en las fotos no tengo constancia de que sean prostitutas. Sólo responden al ideal de belleza femenino que muchos hombres asocian a las mujeres dedicadas a este noble arte. Por el contrario, el señor que aparece arriba del todo sí que tengo constancia que, a día de hoy, sigue siendo Rey.

Comenzamos una sección que todas las semanas nos llevará hasta una secuencia de una película. ¿Cuál es el criterio de selección? ¿Por qué son elegidas? ¿Son las más importante de la historia del cine?

La respuesta a todas esas preguntas está en el título de la sección.

No son las mejores. Ni las que han hecho historia. Ni siquiera están en las películas más importantes.

Están porque consiguieron (y aún consiguen) que se me erice el pelo de la nuca. Y para eso, amig@s mi@s, no hay explicación. Por eso no se «gastan». Ni nos cansamos de verlas. Ni envejecen… Han sido elegidas porque forman parte de mi vida y por eso las comparto. Es algo completamente personal y subjetivo. Quizá no estuvieran en vuestra selección ni consigan los mismos efectos en vosotros que en mi. Quizá. Cada persona tiene los botones en distintos sitios aunque muchas veces coinciden y entonces, a eso, le llamamos magia porque, de repente, vibramos en la misma frecuencia. Eso será esta sección un emisor de emociones en las que espero que vibréis conmigo de la misma manera.

La que rompe el silencia es de una película perfectamente olvidable: La boda de mi mejor amigo (1997) de P.J. Hogan. Una comedia romántica tonta, con argumento trillado, en el que una Julia Roberts guapísima trataba de impedir la boda de un amigo al que nunca hizo caso y que ahora se va con una no menos bella Cameron Díaz. Con ayuda de un amigo gay, el increíble Rupert Everett, que se hace pasar por su novio intenta impedir el enlace… Sin embargo, en esta secuencia se logra algo mágico: la creación de un ambiente que traspasa la pantalla y que hace que a uno le gustaría estar allí sentado con los personajes participando en la fiesta. Cuando la vi en el cine en su estreno, primero disfruté como un enano y luego sentí una envidia tremenda. Conseguir algo así no es nada fácil. Muy pocos lo logran. Lo sabía bien bien porque hacía sólo unos días había rodado mi primer (y único) corto. No sólo es técnica y trabajo. Es que ese día haya algo en rodaje que muy pocas veces se logra. Lo llaman magia.

La secuencia: el músical más sencillo y barato que uno puede recordar. La cámara no se mueve. Los personajes no bailan… Sin embargo, funciona como un tiro: a mi me hace ponerme a cantar cada vez que la veo. No falla. Por eso es maravillosa. Por eso es mágica. Por eso es la primera de esta sección.

Que la disfrutéis.

Y animaos a cantarla.

Os hará sentir mucho mejor…

Palabra.

Su secreto: ¿Quién no ha tenido un mejor amig@ de quién ha estado enamorad@ en secreto?